Al celebrar el Día de la Independencia de los Estados Unidos de América, es natural reflexionar sobre las bendiciones que disfrutamos en este país: libertad, oportunidades y la capacidad de adorar a Dios abiertamente. Estos son dones que nunca debemos dar por sentados.
Pero esta semana, nuestra celebración también está marcada por una sensación de tristeza. En todo el mundo, especialmente en Oriente Medio, el conflicto y el sufrimiento continúan. Familias están de luto, se pierden vidas y la paz se siente lejana. Como seguidores de Cristo, estamos llamados no solo a dar gracias, sino también a interceder.
Este es un momento para orar.
Oremos por Estados Unidos, por sabiduría en el liderazgo, sanidad en nuestras comunidades y valentía en la Iglesia para ser una voz de verdad y amor.
Y oremos también por las naciones, pidiendo a Dios que traiga paz donde hay guerra, esperanza donde hay desesperación y justicia que refleje su corazón.
Este domingo, dedicaremos unos minutos durante nuestro servicio para hacer precisamente eso. Los invitamos a unirse a nosotros con gratitud, humildad y fe en que Dios obra incluso en los lugares más oscuros.
“Bienaventurada la nación cuyo Dios es el Señor.” – Salmo 33:12